*Esta entrada fue originalmente publicada en inglés en la revista: "G7 Italy: The Taormina Summit".

La experiencia del mundo con la globalización —una diseminada transferencia de tecnologías y culturas, y un gran tránsito de personas— no inició en nuestros tiempos. Algunos académicos sostienen que este fenómeno remonta a 1492 cuando la migración europea, junto con los movimientos de los asiáticos, africanos y los aborígenes americanos, forjaron las relaciones globales que conocemos hasta el día de hoy.

Este proceso centenario ha generado redes comerciales de bienes y servicios más libres, así como un constante incremento de la movilidad humana para fomentar la prosperidad a nivel global –por ejemplo en términos de trabajo  y la propiedad intelectual que son componentes de nuestras economías codependientes—.

La migración representa todo lo que hemos logrado en respuesta a la ambición humana y a la promoción de la dignidad humana y libertad en todo el mundo. Sin embargo, es este progreso – el cual ha rescatado a millones de la pobreza – el que está siendo sacudido en sus cimientos con el retorno de un nacionalismo antimigrante. Esta es una amenaza que no podemos ignorar.

Luchar contra el miedo al cambio

Las fuerzas que provocan esa agitación toman forma de distintos nombres: “populismo”, “xenofobia”. Cada una es el lado de una moneda: por un lado el miedo al cambio respaldado por la sensibilidad a las imágenes mediáticas que alimentan ideas recurrentes negativas, a menudo careciendo de una sólida base empírica.  

“Sus trabajos los están abandonando”, aparece un primer pensamiento en la medida que se considera que el crecimiento corporativo huye a otros países. O bien, “su país está desapareciendo” con la llegada de los extranjeros a sus costas. “Los recién llegados no podrán ser integrados” como si tal crítica no fuera dirigida, y al mismo tiempo desacreditada, por cada ola de recién llegados desde siempre.

No obstante, tenemos que enfrentar esos miedos y superarlos. Todos tenemos que – nosotros más como líderes de gobiernos, sociedad civil y mundo corporativo – evidenciar las diferentes formas en las que podemos transmitir un mensaje. En la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), comunicar ese mensaje es uno de nuestros objetivos principales.

Una de las formas en la que lo hacemos es, en conjunto con las Naciones Unidas, a través de la campaña “Juntos” (“Together” en inglés) que combate los estereotipos y prejuicios contra los migrantes y refugiados, mediante historias positivas que muestran como los recién llegados aportan beneficios para la sociedad al renovar nuestras ciudades, generar industrias y crear nuevas oportunidades para todos a su alrededor.

Grandes éxitos

La campaña Soy Migrante de la OIM es un espacio en línea para narrar y compartir historias individuales y exitosas sobre migrantes. Por ejemplo, el alumno de preescolar Jim Yong Kim, cuyo camino empezó en Texas e Iowa y lo condujo en última instancia a la presidencia del Banco Mundial.

O el caso de Cecilia Violetta López, hija de trabajadores agrícolas en México, cuya infancia vivió en Idaho y  más tarde se inició en una carrera de música clásica para en un futuro deslumbrar con presentaciones de opera en los escenarios más reconocidos mundialmente como La Traviata y Madam Butterfly.

Un movimiento universal

Es claro que deberíamos hacer más que demostrar como los migrantes triunfan pese a las adversidades para unirse a nosotros. Necesitamos demostrar como ellos nos definen a todos nosotros también; ya sea que provengamos de países donde nuestros orígenes remonten a varias generaciones o donde sigamos esperando al primer(a) niño(a) que reivindique nuestra condición de “nativos”. 

El “nosotros” del cual hablo se refiere a aquellos que progresan en cualquier sociedad libre que acoge el talento de los jóvenes. El extranjero que comienza como un empleado de restaurante, pero que más tarde se convierte en un chef galardonado. El diseñador web asiático que fue contratado en Europa por sus excelentes talentos y que luego es enviado a unirse a una empresa “start-up” en California. O el emprendedor que viaja “aquí” para ganar habilidades y generar una fortuna para beneficiar a aquellos “en casa”.

Me expreso aquí con generalidades para demostrar que tan universal se ha vuelto este movimiento. Cualquiera de estos ejemplos se manifiesta y cruza los límites de las fronteras que apenas han existido hace tan solo una generación. 

Historias extraordinarias

Estas travesías ocurren en cualquier lugar y no solamente entre regiones pobres y ricas. Podríamos hablar del comerciante nigeriano que hoy trabaja en Guangzhou, hogar de aproximadamente 200.000 habitantes de África Oriental. O el músico de jazz originario de Etiopía y que ha ganado un gran cantidad de fanáticos en Johannesburgo. O igualmente el senegalés que ganó el premio al mejor baguette de París. También el aficionado que se ha convertido en una sensación en Canadá y que viste un turbante durante sus transmisiones de Noche de Hockey en el idioma punyabi desde su hogar en Vancouver.

Así de extraordinarias e importantes son estas historias escondidas que nos conciernen a todos: los miles de trabajadores migrantes del sector de la salud que cubren la escasez de mano de obra desde Islandia hasta Zimbabue. O los nuevos propietarios, que sin miedo a estar expuestos al riesgo, restauraron incansablemente barrios abandonados en ciudades como Liverpool, Dresde o Detroit. 

Existe un proverbio que dice: mientras los libros estén abiertos, las mentes no pueden cerrarse. Deberíamos de decir algo similar sobre el futuro de nuestro planeta: mientras las fronteras continúen abiertas, la humanidad seguirá libre. Trabajemos juntos para hacer de esa ilusión una realidad.